Sábado, 25 de marzo de 2017

 

REFLEXIÓN SOBRE EL EVANGELIO DE LA SEMANA PASADA

En las lecturas del domingo pasado, vimos a personas y comunidades enfrentándose con necesidades muy reales y tangibles—el hambre, la sed y el refugio. Al reflexionar sobre estas necesidades humanas básicas, pensamos y oramos por aquellos que se ven obligados a prescindir de ellas. ¿Cuántos de nosotros tenemos más de lo que necesitamos, demasiadas cosas? Cuando nos encontramos con aquellos que son más vulnerables, se nos desafía a reflexionar sobre nuestras necesidades reales—y ver cómo podemos satisfacer el necesidades de los demás.

Jesús nos recuerda que, “Cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mateo 25,40). Estamos llamados a trabajar con y para los pobres. Tal como el Papa Francisco nos ha recordado, somos, como Iglesia, llamados a los márgenes de la sociedad. Pero a veces este trabajo puede ser desalentador; podemos ver poco o ningún avance y estar tentados a levantar las manos en derrota.

Las palabras de Pablo en Romanos nos animan: “Hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios”. Esta es nuestra esperanza como un pueblo pascual. En medio del sufrimiento y la desesperación, en medio de la lucha y el desafío y la derrota, tenemos la osadía de seguir adelante, para celebrar la vida que nos rodea en la esperanza. “Y”, como continúa Pablo, “la esperanza no decepciona”.