Sábado, 13 de febrero

PRIMERA ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte

“Cuando el gobernador volvió a preguntarles: ‘¿A cuál de los dos quieren que les suelte?’ Ellos contestaron, ‘¡A Barrabás!’ …¡ [A Jesús] Crucifícalo!’” (Mateo 27,21–22)

Al imaginar esta escena, tal vez veamos caos, tumulto, gente empujando y jalando unos a los otros, gritando. La manipulación y el soborno están en marcha; un hombre bueno a punto de ser ejecutado como un espectáculo público; y las leyes de la tierra permanecen en silencio. Tal vez este escenario parezca muy alejado—algo que podemos vislumbrar en las noticias, algo que sucede en países lejanos bajo gobiernos extranjeros.

Quizás, también, es algo que conocemos bien. Tal vez hemos vivido esta misma escena en nuestras propias experiencias.

Si llevamos en nuestros corazones la historia de Mayra, una chica de Colombia que, con su familia, se ve obligada a huir de su casa, tal vez podamos vislumbrar este tipo de injusticia. La ley de la tierra le falló también. Los conflictos y la violencia lanzaron su mundo al revés, y ella, con su familia, se vio obligada a reconstruir.

Estamos llamados a vivir en solidaridad como una sola familia global, cada uno de nosotros hechos a imagen y semejanza de Dios. Somos responsables unos de otros, por lo que ocurre a nuestros vecinos de al lado y a nuestros vecinos en el extranjero. A pesar de que no hemos experimentado tal conmoción personal, estamos llamados a empatizar con aquellos que sí. Entonces, ¿nos mantenemos en silencio en la multitud, o gritamos?  Y si gritamos, ¿qué decimos?