Sábado, 4 de marzo de 2017

 

PRIMERA ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte

“Cuando el gobernador volvió a preguntarles: ‘¿A cuál de los dos quieren que les suelte?’ Ellos contestaron, ‘¡A Barrabás!’ …¡ [A Jesús] Crucifícalo!’” (Mateo 27,21–22)

Al imaginarnos esta escena, tal vez vemos el caos de la gente empujando y jalándose unos a otros y gritando. Hay manipulación y soborno en marcha; un hombre bueno está a punto de ser ejecutado como un espectáculo público, y quienes están a cargo de las leyes no dicen nada. Tal vez esta escena parece algo lejano—algo que podemos vislumbrar en las noticias, algo que ocurre en países lejanos bajo gobiernos extranjeros. O tal vez es algo que conocemos bien. Tal vez hemos experimentado este tipo de injusticia en nuestra propia vida.

Podríamos considerar a Fernando, un joven empresario de El Salvador. Cada día cuando se va a vender libros de cocina en los autobuses de la capital, arriesga su vida. Los pandilleros suelen atacar a los autobuses y acosarlos, haciendo la vida de Fernando—y la de todos aquellos que viven en San Salvador—peligrosa. Para muchos de nosotros, esto puede parecer un tema remoto e irrelevante, pero para nuestros hermanos y hermanas en El Salvador, es la vida diaria.

Estamos llamados a vivir en solidaridad como una familia global, cada uno de nosotros hecho a imagen y semejanza de Dios. Somos responsables unos de otros, por lo que ocurre con nuestros vecinos de al lado y con nuestro prójimo en el extranjero. Aunque no compartimos la experiencia de Fernando, estamos llamados a empatizar con él y con los demás. Así pues, ¿guardamos silencio entre la multitud, o gritamos? Y si gritamos, ¿qué decimos?