Miercoles, 8 de marzo de 2017

 

EL PRIMER DOLOR DE MARÍA: La profecía de Simeón

[…] El Espíritu Santo le (a Simeón) había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción – ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin e que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»

                                — Lucas 2,25–35

María, madre y discípula:

La profecía de Simeón reveló a María que ella no podría aferrarse a su hijo para siempre. Se llegaría el día en que ella tendría que dejarlo ir, dejarlo servir al resto del mundo por el bien de muchos. Y ella supo que esto sería terriblemente doloroso.

Estar al servicio del bien común no siempre es fácil, pero el ejemplo de María nos muestra que la perseverancia, la fe y la confianza en Dios puede revelar nuestro papel único en la familia de Dios.

Preguntas para guiar su reflexión:

  1. ¿Es difícil para mí ponerme al servicio del bien común? ¿Cómo encuentro a Jesús cuando me enfrento con dificultades?
  2. ¿Cuándo he caminado con mi prójimo en sus luchas? ¿Cómo puede el amor al prójimo servir al bien común?