Miércoles, 22 de marzo de 2017

 

EL TERCER DOLOR DE MARÍA: El niño Jesús perdido en el templo

Los padres de Jesús subían todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, fueron allá según era la costumbre. Terminada la fiesta, emprendieron el viaje de regreso, pero el niño Jesús se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Ellos, pensando que él estaba entre el grupo de viajeros, hicieron un día de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando lo vieron sus padres, se quedaron admirados.

— Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? —le dijo su madre—. ¡Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando angustiados!

— ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?

Pero ellos no entendieron lo que les decía.

— Lucas 2,41–50

María, madre y discípula:

Ansiosa y preocupada, María no dejó de buscar a Jesús. Buscó entre amigos, familiares y extraños por igual. Y aunque lo encontró, ella no entendía sus palabras.

Nosotros también buscamos a Jesús-y buscamos hacer su trabajo en nuestro mundo. A menudo, como María, estamos ansiosos y preocupados por construir el reino de Dios, y tal vez no entendemos los desafíos que se nos presentan. Sigamos su ejemplo, confiando en que Cristo nos llama a donde somos más necesarios, para hacer ese trabajo que sólo nosotros podemos hacer.

Preguntas para guiar su reflexión:

  1. ¿Cuándo he sentido ansiedad-como María-en mis esfuerzos para hacer la obra de Dios en el mundo? ¿Cómo resolví esos sentimientos?
  2. A veces estoy llamado para plantar las semillas de la paz y la justicia que otros regarán y todavía otros verán florecer. ¿Cómo respondo, aunque no estoy seguro de mi propio papel?