Martes, 28 de marzo de 2017

 

OCTAVA ESTACIÓN: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

“Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo, ‘Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos…’” (Lucas 23,28)

A lo largo de los Evangelios, vemos a Jesús profundamente involucrado con las preocupaciones de las personas. No se limita a ir a los líderes políticos o religiosos para aprender acerca de lo que las personas están pensando; él va directamente a la fuente, a las personas mismas. Y aquí, incluso al final de su misión en la tierra, vemos a Jesús atento a las necesidades específicas de las personas, compartiendo sus propias penas y alegrías con ellos, y escuchando las suyas.

Nosotros, también, debemos recordar que tenemos que actuar de esta manera. Ciertamente, podemos recordar imágenes de personas y comunidades de lugares aparentemente distantes y situaciones desconocidas: vidas vividas en Zambia, México, El Salvador y otros lugares. ¿Somos acaso expertos, capacitados para instruir a estas comunidades sobre cómo vivir sus vidas, y enfrentar sus problemas? ¡Qué difícil es entender sus alegrías y sufrimientos diarios! Y, sin embargo, al comprometernos con la solidaridad global, sirviendo a los más pobres y los más vulnerables, debemos tratar de entender—escuchando.

La doctrina social católica nos llama a participar en la subsidiariedad, lo que significa trabajar con personas y comunidades que se encuentran próximas a un problema para idear una solución. Que fácil es proponer soluciones para los problemas de los demás; cuanto más difícil es entrar en un diálogo constructivo para el bienestar de todos.