Martes, 11 de abril de 2017

 

DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz

“Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se los dio diciendo, ‘Esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.’” (Lucas, 22,19)

Al contemplar el cuerpo destrozado de Jesús, recordamos su plena humanidad. Tenía un cuerpo, al igual que nosotros, que necesitaba sustento y ejercicio, que podía ser herido y maltratado, y a través del cual experimentó el mundo que le rodeaba. Esta es una experiencia común de la humanidad—la del cuerpo—y esta nos recuerda nuestra dignidad compartida como creaciones únicas de Dios. Nos recuerda nuestro llamado a la solidaridad porque, a partir de nuestra propia experiencia corporal de la creación, podemos entender y apreciar la del otro, no importa dónde—o cuándo—él o ella pueda vivir.

A través de su ejemplo, Jesús nos desafía a examinar las necesidades corporales reales de los que nos rodean, los “prójimos” que pasamos sin mirar en las calles y en los centros comerciales llenos de gente.

Se nos recuerda de la Eucaristía, la Comunión a través de la cual nosotros, la Iglesia, compartimos en el cuerpo y la sangre de Cristo, y en otra experiencia común con nuestros hermanos y hermanas sin importar cuándo o dónde viven. Estamos llamados a encontrar a nuestro Dios, que se hizo humano. Al experimentar la Eucaristía, recibimos una oportunidad de poner nuestras propias necesidades a un lado y reemplazarlas con las de otro—con las necesidades de nuestro prójimo—como lo hizo Dios, así que nos despojamos de lo que significa ser “yo” y comprender mejor lo que significa ser alguien más.