Domingo de Pascua, 27 de marzo

Una espiritualidad de solidaridad global

Él compartía la naturaleza divina, y no consideraba indebida la igualdad con Dios, sin embargo, se redujo a nada, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Filipenses 2,6–8

Durante 40 días ayunamos. ¿Qué significó eso? Nos negamos a nosotros mismos algo que disfrutamos. Hicimos a un lado algo que de otro modo podríamos disfrutar. Resistimos la satisfacción inmediata. Disciplinamos nuestros impulsos y nuestros deseos.

Tomamos algo que nos pudo haber definido de alguna manera y nos despojamos de ello, aunque sea sólo por un momento. Y ¿por qué hicimos esto? Para dar la bienvenida al desconocido, al otro, a los humillados y a los que no tienen voz.  Lo que negamos a nosotros mismos en esta Cuaresma se convirtió en la fuente de la esperanza y el cambio para algunos de nuestros hermanos y hermanas más pobres alrededor del mundo.

¿Cómo refleja esta espiritualidad de Cuaresma a nuestro Dios, que se despojó a sí mismo de lo que significa ser Dios con el fin de convertirse en humano, para asimilar lo que significa ser nosotros.  ¿Y cómo inspira esta espiritualidad para nosotros una forma de proceder como una familia humana preocupada por la solidaridad global?

Tal vez nuestra oración de Pascua debería ser la siguiente: que podamos seguir despojándonos de lo que significa ser nosotros para que podamos entender mejor lo que significa ser otro.